jueves, 26 de junio de 2014

¿POR QUÉ REALIZAR UN CURSO DE MEDITACIÓN?


En la Europa del siglo XXI la mayoría de los que hacemos un acercamiento más o menos profundo a la espiritualidad, lo hacemos de la mano de las terapias sanadoras. Comienza a haber pues una toma de conciencia de que algo no marcha del todo bien en nuestras vidas, que la cordura, la amabilidad y el sentido común son un bien escaso, que esta situación de desequilibrio se refleja en forma de enfermedad en nuestros cuerpos y mentes, y que sus consecuencias, naturalmente, se extienden a la sociedad en la que vivimos en forma de multitud de problemas. Muchos pues, ya nos damos cuenta de que el problema no está fuera, sino en nuestro interior: manifestamos un mundo complejo porque nuestras mentes se han complicado fabulosamente, desconectadas del corazón y del cuerpo.


Para tratar de remediarlo, se ofrecen hoy en día terapias de todo tipo y muchas de ellas son francamente buenas, nos sientan muy bien. Sin embargo, cuando regresamos a nuestras vidas cotidianas después de un fin de semana terapéutico, tarde o temprano, los patrones neuróticos habituales regresan y muchos de nosotros sentimos que es inevitable, como si ésta confusión fuera nuestra condición natural, hasta que volvemos a sentirnos mal y necesitamos acudir a la próxima terapia. En muchos casos, sentimos que no hay un hilo conductor entre ambas experiencias, lo que provoca una desconexión entre el mundo de la terapia y nuestro mundo cotidiano.



Por otra parte, admitámoslo, existe un rechazo bastante generalizado a las tradiciones espirituales. Tal vez debido a las manipulaciones realizadas en el pasado, por algunos representantes de estas tradiciones, el péndulo se haya ido al otro extremo, y en medio de un ambiente de materialismo científico y cierta adicción a la tecnología, puede parecer obsoleto tomar el camino de una tradición que se remonta a la antigüedad. Seguramente por eso, el lenguaje espiritual actual ha adoptado en buena medida el lenguaje de la salud, la inteligencia emocional, de la neurociencia, la física subatómica, etc.





El budismo contiene un sentido práctico al considerar que el punto clave para recuperar el equilibrio perdido es trabajar con nuestra mente. ¿Por qué? Porque todas nuestras experiencias, ya sean de felicidad o de sufrimiento tienen lugar en nuestra propia mente, y considera a la meditación el medio hábil por excelencia para explorar el funcionamiento de la misma. Mediante el cultivo de la atención plena (shamata o mindfulness) estabilizamos nuestra mente, en un proceso de doma similar a echarle el lazo de forma hábil a un caballo salvaje en un gran campo abierto. De esta forma, nos situamos en la experiencia de estar presentes dónde estamos, no dónde nos gusta imaginariamente estar, y reconocemos así nuestro hábito continuo de vagar distraídos con nuestra mente. Siguiendo el símil del caballo, la cuerda sería la atención plena y el poste donde lo atas es la consciencia abierta o el “darse cuenta”. Como ocurre en el curso de un rio, el meditador irá calmando progresivamente su mente, pero es importante que sea una calma con energía, donde amanezca la sabiduría, el reconocer , no una calma ciega.







Para que esto sea así el maestro cualificado nos transmitirá instrucciones, medios hábiles (yogas) y consejos que debemos aplicar. Desde el punto de vista budista, es prácticamente imposible que podamos hacer este recorrido solos, pues es extraordinariamente fácil perderse en el viaje, ya que nuestra mente se enreda con facilidad en sus juegos neuróticos y nuestros hábitos confundidos están profundamente arraigados.

El budismo ha hecho de ésta “desprogramación” de hábitos y creencias, todo un método empírico, con diversas etapas progresivas de análisis y práctica, de ahí que hoy en día se le considere más que una filosofía o religión, una ciencia de la mente, cuyas repercusiones en los meditadores experimentados interesan cada vez más a científicos de vanguardia de universidades de todo el mundo, en campos como la neurociencia, las técnicas de aprendizaje o la inteligencia emocional. Esto no excluye que entre sus métodos se incluyan prácticas devocionales y contemplativas y estudios filosóficos profundísimos.





Las palabras del gran maestro tibetano Chogyam Trungpa Rinpoche nos muestran la aplicación que tienen estas enseñanzas y métodos a nuestras vidas cotidianas:
“En el budismo, se considera que la verdadera liberación comienza por enfrentarnos a la realidad de nuestras circunstancias personales, de nuestras aflicciones, miedos, frustraciones, irritaciones, etc. Simplemente creando un espacio a través de la meditación que nos permita dejar al descubierto y desarmar nuestros juegos neuróticos, nuestros autoengaños, nuestras esperanzas y temores ocultos, valorando tanto los aspectos felices de la vida como los dolorosos. Esto va dejando paso una aceptación fundamental de nosotros mismos, una actitud más cálida y compasiva, acompañada de una inteligencia veraz. Poco a poco nos vamos abriendo cada vez más, cultivando un sentido común trascendental, sin exagerar nada.”




Lo que queda tras llevar a cabo el proceso de domar y “desnudar” nuestra mente, a través del arte de la meditación, es la esencia fundamental de nuestro precioso “caballo”: sus cualidades de bondad, dignidad, fuerza, y cordura básicas. Éstas constituyen nuestro verdadero estado natural, lo que somos realmente, el trabajo espiritual es permitir que dichas cualidades que permanecen latentes en forma de potencial, emerjan desbloqueadas. 



¿Significa esto que debemos sólo meditar y abandonar las terapias? En absoluto, el budismo en su historia siempre se ha caracterizado por la incorporación de los aspectos positivos de la cultura donde se implantaba. Una buena forma de visualizar el lugar que ocupan las terapias en el budismo actual en occidente podría ser la imagen de un árbol. La raíz y el tronco son la visión, la meditación y la conducta que nos proporciona el sendero espiritual genuino, y algunas de las ramas podrían ser las diferentes terapias psicológicas, emocionales o corporales, que ayudan a complementar la plenitud y belleza del árbol. Sin embargo, si no echamos unas buenas raíces en la tierra, si no desarrollamos un buen tronco de un árbol robusto y sano, y una copa abierta al cielo, cuando lleguen las tempestades de la vida, los grandes cambios, los inevitables derrumbes, las ramas se romperán y nuestro árbol del despertar no crecerá. A traves de la meditación conectamos con el hilo conductor que permite el aprovechamiento profundo de las técnicas terapéuticas y su incorporación a nuestras vidas cotidianas.


Contar con una tradición espiritual genuina reporta la ventaja de contar con las bendiciones de un linaje forjado por generaciones y generaciones de practicantes que han recorrido la senda antes que tú, desde el Buda Sakyamuni hasta los maestros de la actualidad. Dichas bendiciones son tales que “transportan” al practicante/viajero en su navegar, apoyado por la fuerza de una corriente, de modo similar al navegante que surca el océano ayudado por una corriente marina y un viento a favor. Éste es el verdadero sentido de una tradición.


 


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