En
la Europa del siglo XXI la mayoría de los que hacemos un
acercamiento más o menos profundo a la espiritualidad, lo hacemos
de la mano de las terapias sanadoras. Comienza a haber pues una toma
de conciencia de que algo no marcha del todo bien en nuestras vidas,
que la cordura, la amabilidad y el sentido común son un bien
escaso, que esta situación de desequilibrio se refleja en forma de
enfermedad en nuestros cuerpos y mentes, y que sus consecuencias,
naturalmente, se extienden a la sociedad en la que vivimos en forma
de multitud de problemas. Muchos pues, ya nos damos cuenta de que el
problema no está fuera, sino en nuestro interior: manifestamos un
mundo complejo porque nuestras mentes se han complicado
fabulosamente, desconectadas del corazón y del cuerpo.
Para
tratar de remediarlo, se ofrecen hoy en día terapias de todo tipo y
muchas de ellas son francamente buenas, nos sientan muy bien. Sin
embargo, cuando regresamos a nuestras vidas cotidianas después de un
fin de semana terapéutico, tarde o temprano, los patrones neuróticos
habituales regresan y muchos de nosotros sentimos que es inevitable,
como si ésta confusión fuera nuestra condición natural, hasta que
volvemos a sentirnos mal y necesitamos acudir a la próxima terapia.
En muchos casos, sentimos que no hay un hilo conductor entre ambas experiencias, lo que provoca una desconexión entre el mundo de la
terapia y nuestro mundo cotidiano.
Por
otra parte, admitámoslo, existe un rechazo bastante generalizado a
las tradiciones espirituales. Tal vez debido a las manipulaciones
realizadas en el pasado, por algunos representantes de estas
tradiciones, el péndulo se haya ido al otro extremo, y en medio de
un ambiente de materialismo científico y cierta adicción a la
tecnología, puede parecer obsoleto tomar el camino de una tradición
que se remonta a la antigüedad. Seguramente por eso, el lenguaje
espiritual actual ha adoptado en buena medida el lenguaje de la
salud, la inteligencia emocional, de la neurociencia, la física
subatómica, etc.
El
budismo contiene un sentido práctico al considerar que el punto
clave para recuperar el equilibrio perdido es trabajar con nuestra
mente. ¿Por qué? Porque todas nuestras experiencias, ya sean de
felicidad o de sufrimiento tienen lugar en nuestra propia mente, y
considera a la meditación el medio hábil por excelencia para
explorar el funcionamiento de la misma. Mediante el cultivo de la
atención plena (shamata o mindfulness) estabilizamos nuestra mente,
en un proceso de doma similar a echarle el lazo de forma hábil a un
caballo salvaje en un gran campo abierto. De esta forma, nos situamos
en la experiencia de estar presentes dónde estamos, no dónde nos
gusta imaginariamente estar, y reconocemos así nuestro hábito
continuo de vagar distraídos con nuestra mente. Siguiendo el símil
del caballo, la cuerda sería la atención plena y el poste donde lo
atas es la consciencia abierta o el “darse cuenta”. Como ocurre
en el curso de un rio, el meditador irá calmando progresivamente su
mente, pero es importante que sea una calma con energía, donde
amanezca la sabiduría, el reconocer , no una calma ciega.
Para
que esto sea así el maestro cualificado nos transmitirá
instrucciones, medios hábiles (yogas) y consejos que debemos
aplicar. Desde el punto de vista budista, es prácticamente
imposible que podamos hacer este recorrido solos, pues es
extraordinariamente fácil perderse en el viaje, ya que nuestra mente
se enreda con facilidad en sus juegos neuróticos y nuestros hábitos
confundidos están profundamente arraigados.
El
budismo ha hecho de ésta “desprogramación” de hábitos y
creencias, todo un método empírico, con diversas etapas
progresivas de análisis y práctica, de ahí que hoy en día se le
considere más que una filosofía o religión, una ciencia de la
mente, cuyas repercusiones en los meditadores experimentados
interesan cada vez más a científicos de vanguardia de universidades
de todo el mundo, en campos como la neurociencia, las técnicas de
aprendizaje o la inteligencia emocional. Esto no excluye que entre
sus métodos se incluyan prácticas devocionales y contemplativas y
estudios filosóficos profundísimos.
Las
palabras del gran maestro tibetano Chogyam Trungpa Rinpoche nos
muestran la aplicación que tienen estas enseñanzas y métodos a
nuestras vidas cotidianas:
“En el budismo, se considera que la verdadera liberación comienza por enfrentarnos a la realidad de nuestras circunstancias personales, de nuestras aflicciones, miedos, frustraciones, irritaciones, etc. Simplemente creando un espacio a través de la meditación que nos permita dejar al descubierto y desarmar nuestros juegos neuróticos, nuestros autoengaños, nuestras esperanzas y temores ocultos, valorando tanto los aspectos felices de la vida como los dolorosos. Esto va dejando paso una aceptación fundamental de nosotros mismos, una actitud más cálida y compasiva, acompañada de una inteligencia veraz. Poco a poco nos vamos abriendo cada vez más, cultivando un sentido común trascendental, sin exagerar nada.”
Lo
que queda tras llevar a cabo el proceso de domar y “desnudar”
nuestra mente, a través del arte de la meditación, es la esencia
fundamental de nuestro precioso “caballo”: sus cualidades de
bondad, dignidad, fuerza, y cordura básicas. Éstas constituyen nuestro
verdadero estado natural, lo que somos realmente, el trabajo
espiritual es permitir que dichas cualidades que permanecen latentes
en forma de potencial, emerjan desbloqueadas.
¿Significa
esto que debemos sólo meditar y abandonar las terapias? En absoluto,
el budismo en su historia siempre se ha caracterizado por la
incorporación de los aspectos positivos de la cultura donde se
implantaba. Una buena forma de visualizar el lugar que ocupan las
terapias en el budismo actual en occidente podría ser la imagen de
un árbol. La raíz y el tronco son la visión, la meditación y la
conducta que nos proporciona el sendero espiritual genuino, y algunas
de las ramas podrían ser las diferentes terapias psicológicas,
emocionales o corporales, que ayudan a complementar la plenitud y
belleza del árbol. Sin embargo, si no echamos unas buenas raíces en
la tierra, si no desarrollamos un buen tronco de un árbol robusto y
sano, y una copa abierta al cielo, cuando lleguen las tempestades de
la vida, los grandes cambios, los inevitables derrumbes, las ramas se
romperán y nuestro árbol del despertar no crecerá. A traves de la meditación conectamos con el hilo conductor que permite el aprovechamiento profundo de las técnicas terapéuticas y su incorporación a nuestras vidas cotidianas.
Contar
con una tradición espiritual genuina reporta la ventaja de contar
con las bendiciones de un linaje forjado por generaciones y
generaciones de practicantes que han recorrido la senda antes que tú,
desde el Buda Sakyamuni hasta los maestros de la actualidad. Dichas
bendiciones son tales que “transportan” al practicante/viajero en
su navegar, apoyado por la fuerza de una corriente, de modo similar
al navegante que surca el océano ayudado por una corriente marina y
un viento a favor. Éste es el verdadero sentido de una tradición.
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